Les sigo contando de aquella vez que Taibo me regaló su libro autografiado:
Pues bien, el hombre se sentó en el pequeño sofá que habían puesto en el estrado y sacó un cigarrillo más. Estaba a punto de encenderlo cuando la chica organizadora lo detuvo, diciéndole que estaba sentado justo debajo de un detector de humo y que no era muy buena idea fumar ahí. Taibo se la quedó mirando con una ceja levantada y el cigarrillo colgándole de la boca, murmuró un “sí, me imagino” y, valiéndole madres, se puso a fumar.
Comenzó a hablar de su libro. Cuando le preguntaron por qué había escrito una novela de aventuras ambientada en Europa y Asia, dijo que porque estaba hasta la madre de este país de mierda, corrupto, sanguinario y aburrido, y que había sentido la profunda necesidad de escribir una historia en la que los buenos ganaran, para variar. Recordó con moderada nostalgia los momentos de su niñez que pasaba jugando a ser Sandokán, y los consecuentes madrazos que se dio al usar un palo de escoba como espada. Luego hizo hincapié en lo divertido que había sido escribir una historia de aventuras después de pasar varios años dándole al género negro. “Pero no me he olvidado de éste”, dijo. “Próximamente saldrá una edición con todas las historias de Beloascarán Shayne, y va a estar bien barata.”
Cuando nos preguntó si ya habíamos leído El retorno de los Tigres de la Malasia, nos quedamos callados. La mayoría no sabía quién era el gordito que estaba dando la conferencia, y el resto ni había hojeado el libro. El escritor puso la mundialmente reconocida cara de “cabrones…” y nos dijo: “No hay problema, aquí traigo varios para regalárselos.” Entonces, la organizadora y otro tipo entraron a la sala con una caja llena de ejemplares y comenzaron a repartirlos entre los asistentes, acción que me hizo muy feliz, porque el libro está bastante caro, como doscientos cincuenta pesos o algo así. Al terminar la repartición, aplaudimos. Yo estaba a punto de irme cuando escuché que la encargada dijo que, aquellos que quisieran, podían pasar con Taibo para que les firmara el libro.
Yo fui en chinga loca.
Cuando llegó mi turno, lo saludé y le agradecí por todas esas horas de felicidad que me habían dado sus libros. Sonrió y me preguntó mi nombre.
—Dieter.
—O.K. Víctor —dice y empieza a firmar.
—¡NO! Me llamo Dieter.
—¿Piter?
—No: DIETER.
—¿…?
Y entonces, saqué el gafete que me habían dado en la entrada y se lo mostré.
—Aaaaah: Dieter.
—Ajá.
—Qué desmadre —expresa y tacha el Víctor que había empezado a escribir. Abajo, pone mi nombre correctamente. —Bueno, hasta luego y gracias por tu asistencia, Dieter.
—Gracias a usted.
Y que me voy algo frustrado.
Me gustaría decir que la historia termina ahí, pero no; resulta que al día siguiente el libro se me cayó en un charco de lodo y se me jodió bastante. No mamen, no hay derecho.
3 comentarios:
Cómo es posible que seas tan bestia?
¡Perdón! No mames; no sabes lo difícil que fue para mí. Tarde harto en recuperarme.
Señor, usté es mi héroe :)
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