Estábamos Cuauhtémoc y yo en el examen profesional de una amiga, esperando a que los sinodales deliberaran si aprobaba o no. En ese momento, vimos a una hermosa chica entre los asistentes , una que nos gusta a mucho porque en verdad es una mujer muy hermosa. Lo mejor es que tiene una hermana gemela que no desmerece en belleza frente a la otra. Le dije a Temo:
—No mames, Cuauhtémoc, mira: ahí está la chaparrita esa que nos gusta.
Entonces, él volteó a ver y dijo:
—Ah, sí... Y mira, ahí está su hermana gemela.
—Ay, no mames; es cierto. ¡Qué chido!
En ese momento, los sinodales proclamaron que nuestra amiga había aprobado el examen y con honores.
Todo mundo se puso a gritar de felicidad.
Mi amigo y yo seguíamos en nuestros propios pedos. Dijo Cuauhtémoc acerca de las gemelas:
—¿Te imaginas estar en la cama con las dos?
Entonces los dos nos ponemos rojitos y dibujamos unas grandes sonrisas en nuestros rostros, provocadas por los pensamientos cochinos que se dibujaron en nuestras mentes.
—¡Qué chido! —dijimos al unísono en voz alta.
Entonces, una señora frente a nosotros se levanta y nos dice dice:
—¡Ay, sí! ¡Qué emoción, verdad? —refiríendose a la titulción de nuestra amiga.
—¡Sí..., qué emoción! —secundamos nostros, con las cabezas llenas de pensamientos sucios.
No nos dimos cuenta de la confusión hasta que las gemelas se fueron, y dejaron nuestra líbido en paz.
Cagado.
Entonces, él volteó a ver y dijo:
—Ah, sí... Y mira, ahí está su hermana gemela.
—Ay, no mames; es cierto. ¡Qué chido!
En ese momento, los sinodales proclamaron que nuestra amiga había aprobado el examen y con honores.
Todo mundo se puso a gritar de felicidad.
Mi amigo y yo seguíamos en nuestros propios pedos. Dijo Cuauhtémoc acerca de las gemelas:
—¿Te imaginas estar en la cama con las dos?
Entonces los dos nos ponemos rojitos y dibujamos unas grandes sonrisas en nuestros rostros, provocadas por los pensamientos cochinos que se dibujaron en nuestras mentes.
—¡Qué chido! —dijimos al unísono en voz alta.
Entonces, una señora frente a nosotros se levanta y nos dice dice:
—¡Ay, sí! ¡Qué emoción, verdad? —refiríendose a la titulción de nuestra amiga.
—¡Sí..., qué emoción! —secundamos nostros, con las cabezas llenas de pensamientos sucios.
No nos dimos cuenta de la confusión hasta que las gemelas se fueron, y dejaron nuestra líbido en paz.
Cagado.