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viernes, 15 de enero de 2010

Del chavo ese que se llamaba Tom Sawyer


Tom Sawyer era un chavillo que vivía cerca del Mississippi un poco antes de que estallara la Guerra Civil.
¿Hasta ahí vamos bien?
Bueno, el muchachito era un güevón, un abusivo y un timador consumado, a pesar de contar con tan pocos años en su existencia; pero, aún así, el cabroncete no podría caerte mejor cuando lees sus aventuras. ¿Por qué es así? Bien, la respuesta es harto sencilla: porque Mark Twain era un chingón. ¿Y cómo llegó a serlo? Pues en realidad no es posible saberlo con certeza, pero de algo sí estoy seguro: tenía que ver con que fuera humorista. Las personas que saben reírse son las que se atrevieron a desentrañar los misterios de la vida, y que, cuando lo lograron, comprendieron con cierta decepción que la existencia y todos sus conceptos no son más que un chiste que no ha acabado de contarse. Ahora bien, no se confundan: por "personas que saben reírse" me refiero a aquellos que saben restarle importancia a las cosas que usualmente son consideradas demasiado importantes, y manifiestan sus opiniones con comentarios graciosos, que a veces pueden caer en lo grosero, dependiendo quién las escuche. Twain era uno de ellos. Cuando escribió Las aventuras de Tom Saywer, todavía no había sido azotado por el culerísimo látigo de la vida, y por eso, la obra está llena de inocencia y diversión; ambas cualidades llevan el nombre de Tom Sawyer.
Desde el principio del libro, Tom hace de las suyas, engañando a su amada tía Polly y a Jim, un muchacho negro que vivía con ellos. Luego, cuando lo obligan a pintar una valla, engaña a todos los ñiños del vecindario para que lo hagan por él, diciéndoles que esa actividad es lo más divertido que pudieran imaginar.
Desde el principio, la novela hace que te cagues de la risa. Está llena de momentos así. Ahora mismo se me viene a la cabeza otro capítulo en que Tom engaña a sus compañeros de la escuela dominical, es decir la religiosa. Hace trampa para obtener una Biblia que la escuela otorgaría al alumno que hubiera aprendido más versículos de memoria. Para mala fortuna de Tom, un juez asistió a la ceremonia en que le darían el premio. Cuando el chico pasó a recibir sus Sagradas Escrituras, el juez le pidió que demostrara su conocimiento diciéndole a todos los asistentes quiénes fueron los primeros dos discípulos de Jesucristo. Después de un silencio largo e incómodo, el chico respondió:
—¡David y Goliat!
Como verán, no leer ese libro es una verdadera pendejada. Tabién sería bastante sano que leyeran más cosas de Twain, nomás para que se den una idea lo que es ser chingón, a ver si se les pega algo. Era tan chingón que, a pesar de haber abandonado la escuela cuando niño, recibió el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford.
Neta.
Ahí lo leen y me dicen qué les pareció.

1 comentario:

J. P. dijo...

La biblia según Mark Twain mata a todas...

Dato que no dijiste: Mark Twain era su seudónimo.